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El uso sagrado de la hoja de coca, una tecnología para la vida y el futuro

Por: Carla Spinoza - Universo Ulupika


Las plantas han sido históricamente transversales a la vida de los pueblos, no solo por su importancia cultural, sino porque su producción muchas veces define el destino de las economías locales. Por estas tierras, la coca es una de ellas: una planta que lleva 5.000 años siendo cultivada y consumida. Su trascendencia se debe a la resistencia de la cosmovisión andina, que ha sabido reconocer en ella a una compañera imprescindible para la vida, social, medicinal y ritual.


Por tanto, repensar la hoja de coca en tiempo presente es aproximarse a una cultura viva que guarda una estrecha relación con el espíritu sagrado de la planta.


“Cuando pronuncio la palabra futuro, la primera sílaba pertenece ya al pasado” Wislawa Szymborska



Las plantas tienen la capacidad de generar su propio alimento, mientras que los animales optamos por alimentarnos de las plantas y de otros animales. Es un hecho que la lógica capitalista ha llevado hasta sus últimas consecuencias el ejercicio de dominación sobre la naturaleza. La naturaleza comprendida como materia prima del goce insaciable. Pero, ¿qué es lo sagrado? ¿Cómo definir y defender lo sagrado de la hoja de coca desde la ciudad y la experiencia del cuerpo? Son preguntas que considero significativas para poder comprender la relación cultural actual con el ajayu-espíritu de la planta, y así poder diferenciarla de la cocaína en todas sus perspectivas.


Como un primer contacto, decidí consultarle a la hoja de la coca misma para ver si contaba con su consentimiento para hablar de ella. Así conocí a Wara Castrillo Machaca, una yatiri joven de gran presencia, que me llevó al encuentro del lenguaje de la hoja de coca y su medicina.


Hay dos formas de encontrarnos con la coca: pijchar en el cotidiano o ritualmente. Es elemental pedir siempre permiso. Nosotros sacamos kintu, que es el permiso, un gesto que consiste en la selección de tres o cuatro hojas para presentarnos a la planta, haciéndole saber que estamos pidiendo su compañía y sabiduría, porque las plantas son intermediarias. Se trata de presentar tu corazón, tu intención.



–Wara, ¿cuál es tu primer recuerdo con la coca?


–Mi primer recuerdo... Bueno, mi mamá era del campo, y crecí viendo a mi abuela pijchar coca todos los días. Mis tíos trabajan en los Yungas y le traían saquillo entero de coquita. Recuerdo la llamada de atención que se me hizo de niña. Al ver que la gente de la comunidad consultaba a la coca en el día a día haciendo una lectura básica que todos conocen –consiste en tomar dos hojitas y lanzarlas, y el resultado será una guía para las decisiones del día–, quise repetir eso en una disposición de juego y me dijeron: “No se juega a adivinar la coca, a la coca la respetas”.


–¿Cómo te definirías en tu labor de curandera?

–Por el servicio que hago como yatiri, que es aquella que tiene la capacidad de dialogar con abuelas y abuelos mayores, ser su mediadora e integrar los mensajes que me van dando para que nosotros, la gente, podamos recordar. En el ámbito urbano nos enfocamos mucho en el humano, nos hemos olvidado de vivir en Pacha, en colectivo, en equilibrio. En el área rural es distinto, porque cotidianamente se está dialogando con la Pacha. Si hay sequía e inundaciones, el o la yatiri va sanando. Su misión es la de dar los mensajes para restablecer el equilibrio. Aprender que absolutamente todo está vivo, que todo siente. Entonces se trata de tomar conciencia de cómo nos relacionamos con la vida, y derrotar el pensamiento moderno que nos ha hecho creer que somos superiores a otras especies, negando que hay otra forma de conciencia. Las plantas tienen sus achachilas y taykales, tienen su propia justicia. Por ejemplo, al cosechar la papa, si con la picota la cortas por la mitad, te trae enfermedad, porque estás lastimando una semilla. La planta misma te está diciendo: no me toques.


–¿Cómo aprendiste el lenguaje y medicina de la hoja de coca?


– Mi acercamiento a la coca fue porque estaba atravesando una crisis con la religión, y por lo tanto, con la vida, con la idea del dios omnipotente y que bendita eres porque sufres. Esos discursos no entraban en mi corazón, pero siempre necesitas una respuesta y decidí buscar ayuda. Mi mamá te- nía una amiga que consultaba coca, pero le decían cosas básicas, no había relación entre la lectura y lo que estaba pasando en la vida. Entonces yo no creía, pero tenía respeto. Lo que pasa es que es común que caigas en lugares donde no hacen un trabajo responsable y solo te piden dinero. Pero tuve suerte, me encontré con un maestro yatiri de comunidad. Sin pedirle nada, él me vio y me dio mucha información valiosa sobre mí misma. Me cautivó la primera lectura de coca que tuve con el maestro, porque me leyó lo que era nomás, sin ofrecerme milagros. Me dio una palabra de esperanza de que por lo menos ese camino se podía hacer acompañada con abuelos, abuelas. Las plantas son las únicas que me han hablado al corazón y sin engaño, es algo que agradezco.


En el proceso de curación, el yatiri me fue compartiendo su sabiduría y en- señándome formas de curación. Hasta que un día me dijo: “Ahora te corresponde curar a ti”. Entonces hicimos una ceremonia. Los yatiris no pueden autodenominarse de ese modo a sí mismos ni autoformarse. Debemos tener el permiso de los abuelos y abuelas mayores para recibir la fuerza de ellos y poder realmente ayudar a la gente. Recibido el permiso, le pregunto al maestro yatiri: “Pero, ¿cómo voy a leer la coca?” Y me dice: “Eso ya sabrás, quien ha nacido para este servicio sabe”. Y me da una instrucción: “Te soñarás, pues”. Y así tal cual ha sido. Generalmente quien tiene esa relación para hacer lectura de coca suele recibir el sueño que viene de la misma planta. Es común el sueño de verte bañado en coquita, verla en abundancia, mostrándote ella misma cómo leerla. Así abrí mi primer tari. De repente la coca comenzó a hablar y recordé las palabras de mi maestro yatiri: “Esta es nuestra tecnología, es nuestra enciclopedia. Aquí está nuestra ciencia”. Entonces comprendí que ahí habitaba toda la información del Pacha. Al primer encuentro de miradas con Wara sabía que estaba en el lugar correcto. Ahí estábamos frente a frente, con la hoja de coca de por medio, expandida sobre el tari. Me entregué sin preconceptos a ese primer diálogo con la planta. Por primera vez acudía a su lectura, así que debía escoger pacientemente, una por una, hojitas no quebradas, hasta reunir una cantidad considerable, y ponerlas dentro del tari. Acompañado de alcohol y una moneda, el tari se cerró en cuatro partes, como un tablero, para dar curso a la lectura, entre conjuros y permisos que la yatiri invocó en mi nombre. Luego entregó el tari para que lo posara sobre mi corazón y le hiciera la pregunta.


Las hojas de coca danzaban mientras me iba revelando lo que ella consideraba necesario. Me dio su permiso para hablar de ella y pasó a hablarme de la historia de mis ancestros, pues desde esa información era posible comprender mis desequilibrios, mis fracturas del presente. Me devolvió una mirada transparente de mí misma, tan genuina que ninguna racionalidad podría describir ni comprender. Ahora tiene sentido lo que comúnmente desde la cosmovisión andina se dice, que la coca es un vehículo entre los seres terrenales y los dioses. La coca no adivina, como erróneamente desde la concepción colonial-cristiana se ha creído. La coquita justamente lee, te habla sobre cómo está aconteciendo todo. Es una mediadora, y lo que se está levan- tando en esta ceremonia es para darnos un diagnóstico de qué está pasando, a la vez que ofrece su medicina y su fuerza para desalojar los males y reparar lo que estés necesitando reparar. El lenguaje de la hoja de coca es un conocimiento y técnica antigua que, a pesar de haber sido perseguido, prohibido, racializado y desprestigiado, permanece presente y actual. En los 90 solo la gente que había migrado del campo o hijos de migrantes acudimos a la coca, pero ahora veo que está llegando a todos los ámbitos y estamos abiertos a comprender que hay otras formas de medicina y espiritualidad. No solo la cristiana. Como has dicho, es un llamado. Si tiene que llegar, llega.


Al aceptar la coca como mi medicina, no tenía la menor idea de cómo proceder. Experimenté dos curaciones muy distintas. Wara vació dos bolsas de coca sobre el tari en una pequeña mesa y nos invitó a pijchar: La coquita nos va a acompañar toda la noche [...] Cada pijchar es un compartir, es desear que nos vaya sanando, dando fortaleza de corazón, espíritu y cuerpo. Así prose- guimos por horas, pijchando y fumando tabaco. La atmósfera se oscurecía y nublaba por el humo abundante. Ambas plantas fueron vehículos para entrar en otro lugar, un punto intermedio desde donde ver más allá de lo aparente. Mientras tanto, la yatiri armaba una mesa ritual bicolor, con un conjunto de elementos de distintos tamaños, formas y materiales, que iban tomando posición en la mesa ritual. Esa composición nos fue revelando cómo y qué se estaba limpiando, equilibrando. Pasadas unas tres horas en- tre el humo, la coca y la voz de Wara, sentí mi cuerpo detonar en un vómito purificador. En ciertos momentos me sentí morir, pero la yatiri me alentaba a ver algo más. Hasta que por fin mi cuerpo pudo descansar. Solo recuerdo que me puso sobre el estómago un puñado de elementos envueltos en periódico. Al despertar, ofrendamos la mesa ritual al fuego, al que tenía prohibido ver. Pero podía escuchar, de lejos, los sonidos del encuentro de los elementos con el fuego, que Wara iba interpretando. Por último, noble- mente me lavó el cuerpo con agua de hierbas, me sahumó, me conjuró y se despidió de mí. Tenía la impresión de haber asistido a un trasplante. Había retornado de ese lapso entre la vigilia y el sueño reconfigurada.


El segundo encuentro fue un par de meses después. Mi cuerpo tenía otra dis- posición, otra presencia, otro peso, otra forma de habitar. Esta vez, la coca me llevaría a una memoria lúcida, una excursión hacia recuerdos precisos. Según la yatiri iba apuntando con sus preguntas, la coca me fue mostrando con claridad lo que debía ser resuelto y acompañado. Las plantas tienen su conciencia, su inteligencia, muy distinta a la nuestra. Por eso nos enseñan cómo curarnos. No es solo una reacción bioquímica en el cuerpo. Es una cuestión de relacionarse con su espíritu para que de esa manera se integre y cure. Recibir su medicina fue recibir serenidad y claridad de pensamiento, como si te volvieras más sabia, más abuela, más viejita. En complemento con el Ayurveda, concebida como “el conocimiento de la vida”, la coca supuso en mí dos transformaciones: reconocer mi propio alimento según la forma y composición de mi cuerpo, y asumir la alquimia de las plantas como mi auténtica medicina.


En mi encuentro con lo sagrado de la coca, reconocí una tecnología para reconfigurar la realidad y “hacernos otro cuerpo” (Rolnik, 2018: 110), individual y colectivo. Al entrar en diálogo agudo con las manifestaciones del cuerpo, es posible hacer resonar la propia existencia y consentir a “los saberes del cuerpo como aquellos que permiten seguir cuando dos tipos de experiencias de nuestra subjetividad entran en tensión: la del sujeto que descifra el mundo por medio de la percepción, y la del viviente que somos” (114).


La tecnología ha sido concebida de diferentes maneras a lo largo de la historia, pero puede definirse, básicamente, como un conjunto de saberes y técnicas para llegar a un fin determinado. Hoy, sin embargo, la tecnología se nos representa como “conocimientos técnicos ordenados científicamen- te para crear bienes y servicios que faciliten la adaptación al medio ambien- te y la satisfacción de necesidades y deseos humanos [...] con el fin último de la eficacia por la eficacia” (Aguilar, 2000: 129). Nuestros antepasados creían que el secreto de estar bien era poseer toda esa fantasía que nos ofrece este mundo moderno. Y nosotros, que estamos viendo esa fantasía, recién podemos ver cuánto sufrimiento genera, y que en realidad no te otorga nada. En otras palabras: “vivimos en una historia de fantasías utópicas [...] un orden social, global e infeccioso de futuros imaginados y construidos sobre genocidio, esclavitud, ecocidio y ruina total” (Manifiesto Indígena Antifuturista, 2020: 5). Frente a ese desengaño estamos tratando de reconectar con nuestras raíces.


El uso sagrado de la coca es una tecnología del presente para “redefinir la realidad”. Eso significa “reconectar lo más posible con nuestra condición de viviente, activar nuestro saber-de-viviente, saber-del-cuerpo, y que este sea nuestra brújula"

La globalización es una realidad que nos cautiva y nos homogeneiza, “imponiendo a todos los mismos modos de satisfacción [...] el empuje a un goce que nos desvincula y promociona el vehículo con el objeto y no con el otro [...] seducidos por los objetos del mercado, terminamos viviendo en el mun- do de las imágenes” (Soler, 2000-1: 71). La codicia de oro, de petróleo, que es la sangre de las abuelas: a todos nos persigue esa atracción hacia el color, lo brillante. El plástico es hoy nuestra codicia, que nosotros llamamos “ñanka”, una ambición que se convierte en una maldición para todos. Lo que me interesa es rescatar la definición de tecnología como un procedimiento para modificar la realidad en su artificio, para responder a las necesidades y deseos humanos. El uso sagrado de la coca es una tecnología del presente para “redefinir la realidad”. Eso significa “reconectar lo más posible con nuestra condición de viviente, activar nuestro saber-de-vivien- te, saber-del-cuerpo, y que este sea nuestra brújula”. (Rolnik, 2018: 112).


El sistema capitalista nos hace creer que es la única alternativa, pero es como no estar vivo, porque el capitalismo se come nuestro tiempo de vida. Por eso terminamos tan agotados, sin tiempo para la vida. Nos queda reinventar nuestros personajes como resistencia al capitalismo. “Crear otras formas de vivir, distintas de las escenas dominantes, sus personajes y sus valores, es la meta de la lucha micropolítica” (Rolnik, 2018: 124).


–Wara, en tu quehacer de yatiri, ¿cuáles consideras los mayores males de este tiempo?


–La soledad y el individualismo son muy de este mundo contemporáneo, y la experiencia me ha enseñado que así no se puede caminar. Necesitamos poder acompañarnos y confiar en el otro. Otro mal frecuente es el no mirar con humildad el pasado, para no repetir heridas ancestrales. Y finalmente, el mal de las mujeres, nuestro dolor en relación al hombre. Nos toca trabajar nuestra fuerza, darnos nuestro lugar, darnos nuestro valor. Ese pensamiento me recuerda una costumbre en el pueblo de mi mamita en el que pijchaban diferente. Se agarran cuatro hojitas y se las pones en la boca con quien estás compartiendo. Recuerdo ver cómo mi mamá y sus amigas iban poniéndose la coca en la boca la una a la otra mientras hablaban. Así por horas: escogiendo, invitando, escogiendo, invitando. “Los ‘poderosos y triunfadores’ pueden sentir, a diferencia de los débiles derrotados, aversión a los lazos comunitarios [...] pero la vida vivida en ausencia de comunidad es precaria, muchas veces insatisfactoria y en ocasiones aterradora (Bauman, 2006: 53). En mi comunidad se usa la palabra saluro, en vez de salud. Significa que no tengas pena, que estés alegre, sana. Cada pijchar es un compartir y desear en colectivo que nos vaya sanando, dando fortaleza de corazón, espíritu y cuerpo. En estos pueblos, y me refiero a Latinoamérica, nos abraza una memoria de comunidad y la potencia de lo colectivo. Así lo demuestran las recientes protestas sociales. La fuerza colectiva nos abre la posibilidad de ampliar el espectro de lo previsible, de lo que el capitalismo tiene diseñado para nuestra condición de vivientes. Pues se trata de “darse cuenta de que la vida es lo ‘sagrado’ y que la lucha constante es entre fuerzas activas que quieren destruir la vida y fuerzas reactivas en defensa de esta, fuerzas no solo en la sociedad sino en nuestra propia subjetividad” (Rolnik, 2018: 120).




Este texto es parte de la publicación del III tomo de Arte Contemporáneo Boliviano "CERRO SAQUEADO, SELVA DESANGRADA, COCA PROFANADA" editado por Santiago García y Kiosko Galería 2022.


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