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Mercado de Brujas. Ritualidades posibles más allá de lo imposible

Por: Micaela Mendoza Hägglund


Mercado de la brujas La Paz- Bolivia ©Fotografía Emilio Mendoza



Venga, caserita, aquí hay remedios para todas las almas


Invitación hecha cántico, hecha pedido y permiso, hecha voz trashumante que descorre el velo y da inicio al rito.


Peregrinar a profundidad un espacio/territorio implica poner el foco atencional en los lugares míticos y populares de las costumbres de cada pueblo, consagrados a preservar legados y a la vez dialogar con la contemporaneidad habitada.


Los mercados (muchos de ellos antiguos tambos de intercambio de productos y saberes entre campo-ciudad) aglomeran aquellos insumos que trascienden en sabor, textura, aroma y supervivencia a las mutaciones de la cultura.


Dentro de los mercados existentes en los circuitos de la metrópoli boliviana se despliega uno de los más emblemáticos. A través de un tumulto zigzagueante de callejuelas empedradas en La Paz, hace su aparición el Mercado de Brujas, tal como si fuera un oráculo mediatizador entre la modernidad y lo ancestral.


La calle Linares y sus colindantes: Illampu, Santa Cruz, Jiménez y Sagárnaga, invitan a abordar sus enigmas, entre tiendas, instalaciones y puestos callejeros dispuestos por doquier donde sobreabundan talismanes, amuletos, illas, resinas, mesas, inciensos, instrumentos musicales y artesanías que en un pasaje transgeneracional las caseras, amautas, kallawayas, yatiris y chifleras han ido acumulando y ofreciendo como parte de una invitación -a la vez sagrada, a la vez cotidiana- de ser parte de la ritualidad de la cosmovisión andina y de alguna forma de su resistencia.


Acceder a este peculiar mercado es articular una puerta al misticismo y sus entramados de intenciones. Tejido polimorfo que abriga con su awayo el sustrato de las ceremonias y sus cuidados.


Habrá que cuestionarse: ¿desde que narrativa entramos a un mercado denominado de brujas?

Decir “brujas” nos lleva al imaginario colectivo del prejuicio que instala sus vertientes inquisitoriales en la negación de las prácticas rituales que milenariamente han sido ejecutadas por nuestros pueblos (enfáticamente por las mujeres de nuestros pueblos).


La “brujería” como saber popular nos introduce en un constructo altamente complejo sobre las ritualidades y formas de vida conservadas más allá de la expansión del capitalismo: la herbolaria, la espiritualidad alejada de la institucionalidad religiosa, la asistencia recíproca como medida de colaboración en casos de salud tanto psíquica/corporal/energética individual como comunitaria, las diferentes prácticas rituales/medicinales que han sido transferidas como una episteme y praxis de ofrendas, curas y ceremonias en comunión con los ciclos naturales.


Las cazas de bruja (tanto antiguas como modernas) implican una destrucción de las cosmovisiones ancestrales y todo su bagaje de contenidos ya que las identidades “brujas” están situadas sobre todo en lo político (como sostiene y fundamenta Federici) y al desintegrarlas o encasillarlas en el miedo se exhortó (y exhorta) a perseguir prácticas, creencias que no sean compatibles con lo doctrinario y lo adaptativo de las sociedades misóginas en avanzada a la construcción de un orden patriarcal.


¿Cuáles son entonces nuestros posicionamientos identitarios alrededor de las ritualidades?


La gran diversidad de prácticas mágico-religiosas de Bolivia encuentra su foco en el reservorio de memorias de colectividades enteras que han dedicado su andamiaje existencial -y sobrenatural- a guardar y sostener los saberes legados (armados de mesa, remedios caseros, brebajes naturales, preparación de amuletos, sortilegios y sahumerios, etc.) hasta conformarse y visibilizarse como médicos/as tradicionales ancestrales, guías espirituales de las naciones y pueblos indígenas originarios campesinos y afrobolivianos, así como las parteras tradicionales y especialistas naturistas.


Este contenedor de ritos tiene fundamentalmente a la mujer como articuladora de las tradiciones (notoriamente presentes en el Mercado de Brujas como oficiantes religiosas, vendedoras, dirigentes, chifleras, amautas y hierberas.) y enlazadoras del diálogo vincular entre las ofrendas y las deidades tutelares andinas (Pachamama, wak’as, achachilas, apus, uywiris entre otros).

Si observamos un poco la cronología pasada, destacamos el rol conector de las mujeres a lo largo de la historia. Silvia Rivera nos revela:


“(…) en la medida en que el poder prehispánico era una esfera altamente ritualizada y sacralizada, las mujeres gobernaban una esfera de ritualidad paralela, nocturna, acuática y lunar, desde la cual velaban por todo el ciclo del cosmos invocando la abundancia de las cosechas y la reproducción de la vida”.


Al reflejarnos en el agua de lo ceremonial develamos que la fertilidad, agradecimiento, abundancia, protección, reciprocidad, épocas de siembra y cosecha, son afluentes esenciales que impactan y detienen la velocidad citadina para brindar un “amuki” (silencio) al alma.


Mercado de la brujas mesa ritual ©Fotografía Emilio Mendoza



¿Qué se encuentra en el Mercado de Brujas?


Pues una simbiosis ceremonial que impacta por su multiplicidad y refleja que las realidades mágicas aún coexisten (y resisten) a pesar del ocultamiento que los paradigmas racionales y positivistas del mundo moderno pretenden enmascarar.


Hay memoria viva que se alimenta de misterios (láminas o figurillas hechas a base de azúcar que llevan sellos adecuados a los pedidos que se realizan: casas, cornetas de abundancia, hormigas para el trabajo, suertes, pareja, etc), copal, pan de oro y plata, k´oa y resinas aromáticas todo ello dispuesto en mesas de ofrenda que son pedidas sobre todo para Todos Santos, carnavales, el año nuevo andino amazónico (21 de junio), el día de la Chakana y las fiestas de agosto donde la boca de la Pachamama está completamente abierta.


Así también, una gran variedad de plantas medicinales (y sus espíritus guardianes o ajayus) hacen su presencia en coloraciones vistosas y frescura de cosecha orgánica: retama, romero, ruda (ellas en trío haciendo un manojo protector para cualquier fin de despacho), manzanilla, wira wira, muña, matico, eucalipto, itapallu, t´ola, salvia, kishuara, sábila, cedrón, clavelines, altamisa, molle, queñua y principalmente hojas de coca.


"Las medicinas de las plantas son para moler y parchar los problemas de la vida en los cuerpos. Hay que alimentarse de esas curas originarias. La música, los humos, lo aromático, los cerros, las lluvias, los partos, las hierbas, todo es medicina de las culturas que no se quiere mirar y comprender y valorar en estos tiempos donde todo se está perdiendo y nos separamos de las familias comunitarias que somos con los animales, las plantaciones, todo lo que hay y es natural. Por eso hay que derramar suerte con la coca y tu ánimo se estará curando y juntándose de vuelta."


Palabras telúricas con aire predictor del amauta Carlos Yujra de la Qulla Uta de Pampahasi que quedan resonando en el aire aún después de su partida a otros planos.


Los legados y prácticas de salud sustentable e integral en resguardo a los ecosistemas que nos sostienen implican un hondo proceso de descolonización de nuestras medicinas que inicia desde la misma siembra de plantas que tradicionalmente han sido parte del vademécum natural y nativo de las diversas cosmovisiones que envuelven las idiosincrasias de cada pueblo y que posteriormente al ser cosechadas y empleadas de formas múltiples (infusiones, emplastos, tinturas, ungüentos, sahumos, ofrendas) nos trenzan a los conocimientos ancestrales y al respeto de la función nutricia y curativa de aquella Madre Tierra que continúa albergando a todos los reinos de los que somos parte para un verdadero co-habitar.


Cabe preguntarse: el lugar de la cura ¿es nuestro? ¿es colectivo? ¿es meramente privado? ¿es un intercambio monetario? ¿es pura corporalidad? ¿responde a lo micro y macro que habitamos? en épocas donde el calentamiento global, la industria farmacológica, la mercantilización de la salud, el imperio virtual, el capitalismo salvaje y la sobre aceleración citadina implican una desconexión profunda con el Anima Mundi de todo lo que está vivo.


Parar la vorágine y hacer acto de presencia plena. Así no solo el constructo sensorial dará sus señuelos sino lo otro, lo no visible, lo inconmensurable, lo que está desde otros cuerpos y opera otros significantes.


Abrimos por tanto el espectro de la multirealidad (que abarca planos físicos, sociales, culturales, cosmogónicos, simbólicos e imaginarios) donde las nociones de equilibrio y desequilibrio, de salud y enfermedad implican un Todo, una Armonía, un vórtice social e íntimo que no encuentra respuestas tan solo en la linealidad de un sistema de pastillas anti síntomas sino en el espejo de los suprasentidos que hay en lo medicinal de una wajta, de una limpia, de una ch’alla de camino, una milluchada, de una llamada de ajayu, de una lectura de coca, de un hálito de memoria para nuestros contextos vaciados de rito.




Glosario


Achachilas y apus: Guardianes y abuelos/as u ancestros que tutelan y protegen entornos como montañas y espacios sagrados.

Amauta: Amawt’a responde a “filósofo, pensador, sabio”, practicante de ritos, conocidos antiguamente por ser astrónomos y expertos en agricultura.

Ajayu: Espíritu, fuerza vital o ánimo que se constituye en el aspecto esencial de todo lo existente.

Chifleras: Herbolarias que elaboran remedios y tienen conocimientos de medicina nativa.

Illa: Representaciones en miniatura que simbolizan la semilla de algo específico. Las illas relacionadas al mundo animal y las ispallas al mundo vegetal y mineral que como elementos rituales accionan un llamado (un rayo o illa-pa) a la materialización: cóndores para viajes, tortugas para la salud, sol o inti para la energía, búhos para la inteligencia, víbora para la valentía, sapos de abundancia.

Kallawayas: Curanderos/as, médicos tradicionales y oficiantes ceremoniales. Cuentan con gran reconocimiento ya que su práctica es milenaria asentada sobre todo en Charazani.

Milluchada: Ceremonia de quema de sahumerios para protección y descarga energética. Utilizada sobre todo para despachar algún mal y armonizar el desequilibrio.

Uywiris: Divinidades protectoras y criadores de vida según el territorio.

Wak’as: Lugares, espacios geográficos u objetos específicos que son considerados sagrados transgeneracionalmente e implican un reservorio de memoria histórica y ritual.

Wajta: Mesa ritual de agradecimiento a la Pachamama. Está compuesta por varios elementos rituales según el pedido y la ceremonia: lana de oveja, misterios, pan de oro y plata, chiwchi (figurillas de estaño), untu (grasa de llama), sullu, nuez, copal, incienso, k’oa como sostenedora de todo el conjunto y hojas de coca que enarbolan las intenciones.

Yatiri: En lengua aymara significa “el que sabe las artes de la curación espiritual”. Realizan curaciones corporo-espirituales, lecturas de coca y estaño y diversas ceremonias.


Bibliografía

Federici, Silvia (2019). Calibán y la bruja. Cochabamba-La libre /Mujeres, territorio y resistencias/ Excepción.

Hooks, Bell (2023). El feminismo es para todo el mundo. Cap. Espiritualidad feminista. Argentina-Tinta Limón.

Mendoza Pizarro, Javier (2015). El espejo aymara. Ilusiones ideológicas en Bolivia. La Paz-Plural editores.

Rivera Cusicanqui, Silvia, (2020). Un mundo ch´ixi es posible. Ensayos desde un presente en crisis. Buenos Aires - Tinta Limón.

Rivera Cusicanqui, Silvia (2008). Pueblos originarios y Estado. La Paz - SNAP y Azul editores.

Spedding, Alison. (2008). Religión en los Andes. Extirpación de idolatrías y modernidad de la fe andina. La Paz - ISEAT.



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